martes, 23 de febrero de 2010

Aprobación inaprobable


Sabía que la visita llegaría, ya me había escapado antes. Hace unos días me dijeron que me vino a buscar y pensé: que suerte la mía de no haber estado. Después lo olvidé.

Olvidé que él vendría sin avisar, que entraría hasta donde quisiera y finalmente se sentaría frente a mí. ¿Quién vino? ¿Un ser humano? ¿Un recuerdo? En realidad vino mi gran interrogante, vino aquel que refleja espacios míos que no llené, vino quien me juzga y se mofa de mí porque yo así lo quiero, porque así lo siento. Vino mi juez, mi madre, a quién nunca complaceré, para quien nunca seré suficiente, vine yo misma.

Antes de irse me miró fijamente, le sostuve la mirada sin ningún problema, porque eso no cuesta, eso es “de afuera”. Pero mientras ese minuto de silencio viajaba entre nuestros ojos, sentía añoranza por las cosas que pudieron pasar y no pasaron, por las cosas que -no- serán.

Después de ese abrazo distante supe que no lo volvería a ver por muchos años, y, en el mejor de los casos, nunca más.

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