El fin de semana tomando una cervecita en Coyoacán, platicaba con una amiga q trabaja en Greenpeace México. Hablamos de las cosas del presente y del pasado. Del presente no les voy a contar y del pasado recordamos un antiguo trabajo en el que fuimos “obligadas” a cometer grandes injusticias ambientales en nombre de la “higiene” y de cómo todavía nos da cruda moral al recordarlo.
Lo que les quiero contar es algo que me acaba de pasar hace dos minutos.
Vino una coworker (ni modo, usaré anglicismos porque es cómodo) a visitarme. Resulta que necesita apoyo para revisar el programa de un seminario de discapacitados. Yo no sé nada del tema, pero tengo un buen amigo que lo mastica con singular alegría. Total que me enseñó sus notas, el programa y un engargolado como de 100 hojas que “bajó” de Internet. Mientras ella hablaba del tema yo me enfocaba en las hojas que iba pasando y q no NO ESTABAN impresas por las dos caras… la información era de uso interno, vamos, un vil borrador que ni la pena merecía ser impreso.
Ella seguía hablando, pero ya me había perdido. Para esas alturas de la conversación yo estaba como Bilbo (gato naranja que vive con mis padres y es altamente consentido) mirando cada página que ella pasaba como si fuera un listón pizpireto que se movía de un lado a otro…
Eso y el sonido que producen las hojas cuando las cortan y las tiran en el mismo cesto junto con restos de comida me producen la misma sensación: molestia. Mucha, harta.
No soy la más ecologista, ni… bah! no tengo por qué justificarme. La cosa es que procuro no contaminar, re-usar, reciclar y generar la menor cantidad de basura posible (ya me estoy justificando, que débil soy!). Y cuesta mucho intentar ser así! Lo hago aunque la pinche vieja del mercado siempre me ponga jeta cuando le pido que ponga las enchiladas en mi toper y no en sus desechables de unicel!
Ya me desvié. Bueno, íbamos en que yo estaba como felino siguiendo listones de colores mientras mi coworker me explicaba el contenido de sus hojitas blancas, recién impresas por una sola cara y engargoladas.
La metiche (yo) -Oye Tere, por qué no re-usas las hojas, mira, las pudiste imprimir por los dos lados o usar hojas sucias e imprimir por la otra cara…-
Coworker (Tere)- jajaja July, yo me voy a acabar lo que me toca.-
Balde de agua fría
Nota: El diálogo fue en tono buena onda y las dos sonreímos.
No les puedo decir todo lo que sentí… fue tanto tanto tanto que me bloqueé y no dije nada. Conté internamente hasta el 100 y hasta pensé en el: no corro, no grito, no empujo y nada, le disgusto ahí seguía.
Desde hace muuuuuchos años aprendí a tratar de pensar diferente, es decir, a intentar situarme en otra realidad. Gracias a mis múltiples mudanzas y por mi pasión en los argumentos y los debates me tocó más de una vez representar un apostura distinta a la mía en los concursos. Entendí que cada quién puede pensar distinto y sobretodo que eso depende de su realidad. Que los mundos que vivimos son siempre diferentes (y no por nacionalidades sino hasta en la misma cama), que la tolerancia suena feo pero que nos tenemos que respetar mientras coexistamos en este planeta.
El punto es que todo mi discurso del “respeto” me vale un comino en momentos como este en el que mi Hitler interno se alza y me dan ganas de exterminar a todos los que piensen como mi coworker (Ahora entienden por qué pedía ayuda al inicio del post???)
¿La cuestión del medio ambiente tiene que ser de todos? ¿Importarle a todos? ¿Ya estoy rayando en un discurso moralista en el que no me quería enredar? ¿Dónde está el equilibrio? ¿En decirlo y ya?
Si me tranquilizo llegaré a la misma respuesta que llego siempre que me enojo por lo que -desde mi mundo- es una injusticia: tú haz lo que te toca, trata de transmitir y si no captan no te frustres.
Pero por un instante es tanta la molestia que me descubro a mi misma siendo una dictadora, una intolerante, una cerrada y una genocida en potencia.